Estimados amigos y amigas,
Los amigos de Carlos Ramos tenemos el placer de invitarles a la presentación del Tomo Uno, Poesía, 1976, de la Biblioteca Carlos Ramos. Poeta nacido en Telde (1957-1979). En su corta vida escribió numerosos libros de poesía, que hemos reunido en cinco tomos que se presentarán a lo largo de los próximos dos años.
Este primer tomo lo presentaremos: Javier Cabrera, autor; Alfonso Crujera, artista visual; Rafael Franquelo, escritor y Ángel Sánchez, ensayista. Jueves 23 de noviembre de 2017, a las 19:30 h. en el Club la Provincia (c/ León y Castillo, 39) Las Palmas de Gran Canaria.
Esperamos su asistencia y le agradecemos que reenvíen esta información a las personas que consideren que les puede interesar. Gracias.
Este tomo se prensentó en día 27 de octubre de 2017 en Telde, ciudad natal del poeta.
Prólogo
CARLOS RAMOS: TEXTOS RESCATADOS
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu, dort...
Le dormeur du val
Arthur Rimbaud
En los casi cuarenta años ya que nos falta la presencia física de Carlos Ramos, su alcance poético se ha ido difuminando en el absoluto desconocimiento que tiene de sus textos inéditos la mayoría de la población lectora. Su recuerdo, en cambio, permanece intacto en quienes lo conocimos y quisimos, aún dolidos como quedamos por no haber terminado de asimilar su fuga a las verdes praderas del conocimiento. Ese recuerdo, unido de modo indisoluble a su risa, ha persistido hasta tal punto que ha terminado triunfando, por encima de la injusta maraña que atrapó sus inéditos en los archivadores donde los conservábamos tres de los celosos guardianes de su legado textual, esperando siempre mejores tiempos para la edición. Tiempos que parecen no llegar nunca para el primer libro de un joven poeta, que en eso no hay cambios del ayer al hoy más cercano... Pero que han llegado para Carlos Ramos, en el incienso de la más flagrante ‘postumidad’.
Hoy es posible presentarlo, y recuperar en él la silueta y la carne viva de nuestro pequeño Rimbaud local, que no acabó como tratante de armas y esclavos en Abisinia, sino confundido con la pequeña fauna de los berrazales, criaturas a las que cantó y cuyo destino acaso nunca pensó compartir tan de cerca. Lograrlo no ha sido tarea sencilla, por problemas inherentes a la confusa secuenciación y datación de sus inéditos, que no pocas veces carecen de fecha e incluso de título. Pero, hechas las paces entre la lógica discursiva y la lógica difusa, al fin hemos podido aunarlos de modo presentable y ofrecer un cuerpo textual bastante significativo de su oficio poético. Todo lo provisional que se quiera, dada la dispersión de originales que siguen en manos de particulares, y la abundancia de textos en prosa, que reservamos para una posible, y deseable, segunda entrega.
Dos líneas principales tienden a yuxtaponerse en la obra poética de Ramos. Una de ellas es esa disciplina instintiva de describirse sentimental y socialmente, con una visión primaria e intuitiva de su circunstancia personal, y del momento –ciertamente crítico– que le tocó vivir. Pues Carlos Ramos deja la mayor parte de sus escritos fechados en la transición de los años 1975-1979, cuando no se sabía muy bien en qué términos iba a ser el cambio político en España tras la dictadura franquista. De ahí la reserva, o el abierto sarcasmo, con que señala a la Santa –Madre– Democracia, tal como él mismo lo escribe, y su percepción de un país que aborrece, que apesta, y que barrunta cambiar más de forma que de fondo. (Aunque tampoco Canarias terminaba por llenarle, y sus razones tenía para señalarlo.)
Aquella íntima disciplina de describirse en el acto –con la intuición y el instinto desarmantes de su ingenuidad de primerizo– es una cualidad destacable en sus poemas, donde ese clima de tensión, seguido de tregua, se evidencia con tanta naturalidad que estremece. Pues es fácil sentir en su descoyuntada exposición de sentimientos, ideas y razones, su piel retráctil entre el modo de vida de un hippy ‘a lo pobre’ y sus ansias de idealidad, nunca satisfechas. Porque el esquema sesentayochista de pedir lo imposible para ser realistas no dejó de ser eso: una frase sublime para deleite de los más soñadores. Bien que le hubiese gustado a él una solución a la manera de Harar; mas, entretanto ello pudiera sobrevenir, madurando otras opciones para quitarse de en medio –sus fantasías de obuses, balas, venas cortadas, ruleta rusa o veneno– todo lo que podía hacer Carlos era escribir. Escribirse, soltar las riendas de tanto amor como llevaba desbocado, todo fuera oponerse y anular la fuerza contraria, que es al parecer la que prevalece: la del desamor y el desconsuelo fin-de-siglo.
La geografía anímica de Carlos Ramos abunda en la descripción del acercamiento corporal. Dedos, labios, muslos, ojos, son terminales sensitivos que movilizan la afectividad y el erotismo de sus mejores poemas. El clima donde actúan los agentes emotivos y sensuales son la noche, el viento, las sábanas, el ‘lenguaje del silencio’: paisaje sobre el que se abre la llaga de su herida primigenia, ese ombligo no cicatrizado que supura unas veces desconsuelo y, las menos, cierto optimismo ilusorio. Otras veces su ajuar interno más representativo –que es el nombrado– da paso a la descriptiva del paisaje externo, suficientemente genérico como para ser tomado como la respuesta que reciben sus tropismos afectivos, siempre en clave simbólica. Genérico, incluso, para que no desvíe aquel clima de intimidad desplegado, lo que se resuelve en ciertas imágenes exóticas a su entorno: caminos, murallas, templos, soles, estrellas, alcantarillas, asfalto y decadencia. Pero también en juegos, esquinas, aceras, azules derramados desde la infancia; esa infancia que se perpetúa en el axioma intemporal que parece guiar su voluntad.
Y, ya en el límite de lo imaginado, aparecerán torrentes, peñascos, acantilados, fosos, árboles de acero, árboles espinosos, arenas movedizas... Todo ello en una mineralización del ambiente que desvela el cuajo romántico de nuestro poeta, viéndole elegir para su ‘descargue’ cuantos enunciadores de zozobra, fracaso o naufragio ha encontrado en el archivo de los tropos poéticos más consolidados. El resto del ajuar animado se puebla de bestias, ya domésticas o exótica, de flores, plantas, cipreses y de otras menudencias al alcance de su vista en la mesa de trabajo: objetos que él mueve imaginariamente con sus dedos hasta ver que toman la posición que el azar decide, anotando entonces el instante preciso con tal que sirva para espejear una emoción titilante, tierna, ruda, o imprecisa. Pequeñas cosas que fueron uno de sus objetivos favoritos, y el dolor cósmico uno de los resultados previsibles en tal analítica, siendo poesía verdadera todo el rédito que nos queda del riesgo que corrió el poeta adolescente.
Los dedos, las ranas, las gaviotas, las abejas, el amor, las flores, la yerba (ambas hierbas) las olas, el cuerpo, las lágrimas, las noches y el obsesivo color amarillo que llenaba su mente, conducen su evasión por el terreno de la inocencia comunicante de su yo con lo más natural, lo ya instalado desde siempre en el planeta. Pero no debemos engañarnos: el tierno ángel de pelo rizo puede volverse también fiero fustigador de quienes perturban el paraíso. Pues su poesía, siendo por demás sensitiva e íntima, recreada en visiones y sugerencias del mundo físico, tiene también una voluntad descriptiva del mundo contemporáneo, evidenciando desde muy temprano una conciencia moral lúcida y exigente, como enseñó el maestro Bob Dylan cuando cantaba que ‘los tiempos están cambiando’...
Es así como crecerán potencialmente su verso y su prosa en los surcos que dejaban en su piel los amores y los desdenes, sus fugas desvariadas y sus recogimientos en la escritura. Buscaba el éxtasis de sentirse extrañado, desmoronado, tocado personalmente por algunas de las injusticias de la modernidad. De esta actitud procede el abandono al azar, la consumación y el aniquilamiento, entre las ideas más terribles. El poeta desalado, seguro –si acaso– en los ritmos que podemos seguir en esta recopilación de su legado poético. Pues en ellos está lo que pudiéramos nombrar como lo más representativo de su habilidad para soñar, viendo como gotea la esperma de una vela o aprendiendo la danza de caracol...
Su cosecha textual es esa dinámica de la representación que sublima el descalabro personal y se dispone como sistema poético significante, en un orden de excelencia que ya quisieran para sí mismos tantos poetastros autoencumbrados, hueros, aburridores, vividores o enchufados como pueblan los anaqueles del idioma, por no hablar de aquí mismo. Se argüirá que todo poeta sublima sus diferencias con lo real usando idéntica protección en los versos que escribe. Ciertamente, mas ello no obsta para que siga habiendo poetas de una pieza, y poetas por el empeño de serlo, en un ejercicio de masoquismo que no merecemos. El efecto más negativo de cuanto decimos es ver cómo copan las editoriales del país, impidiendo que los francotiradores sin padrino lleguen a ver su primer libro impreso.
La sombría levadura de los atributos culturales en curso secular le llevaron a imágenes surrealistas (“el ruido de mil ojos”, “encontrar ojos superpuestos”, “cien ojos unidos con pegamento”), acaso sugeridas más por algún cuadro de Juan Ismael que por la lectura de los poetas franceses, por entonces insuficientemente traducidos al castellano. Dislocado, o ‘desarretado’ a veces, tiene Carlos Ramos en sus ‘descargues’ una vertiente experimental que tiende a descoyuntar el ritmo discursivo, introduciéndose en la escritura automática más elemental. Es una vena cannábica y lisérgica que no es posible aislar como ritmo binario al de la intimidad comúnmente desplegada en sus versos, y que prolonga este territorio como un tropismo corporal fértil e in-abarcable. Se mantiene en ella el juego físico, un desamparo bastante sostenido y la pasividad ante el curso monótono de una vida sin muchas oportunidades para él.
La elección de versos ajenos para encabezar, citándolos, algunos de sus poemarios, da una idea cabal de los ritmos que buscaba: la euforia lírica y el optimismo sin reservas de Rabindranath Tagore, la declaración de poética no-intencional de Corredor Matheos, el código ‘free-wheeling’ y libertario de Bob Dylan, la poética super-experiencial de Georges Bataille, la onda existencial de Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik (en cuya lectura se replegó, como si de su doble se tratara), el consolador refugio de Quevedo, dibujan una esfera conceptual en la que Carlos Ramos se reconocía, no perdiendo la ocasión de decirlo con tales citas.
Dolorido por ver cómo los hechos de la civilización contemporánea contrariaban su ternura, Carlos se defendió con sus versos, de naturaleza más reflexiva que evasiva, más balsámica que depresiva, siguiendo los altibajos de su estado síquico. Día bueno seguido de día malo, soportando el infortunio con una grandeza que hoy recuperamos con este puñado de poemas. Excavación abrupta y anticipativa de un pasaje de lo oscuro, de una exploración en ‘lo santo’, son sus barruntos de muerte, resorte –un tanto asimétrico– de su progresión moral, pues ocurren tanto en la euforia concentrada frente a las olas de la rompiente como en las ‘bajonas’ vividas en su habitación, recuperando conciencia tras la experiencia paradisiaca. Tuvo una relación pendular con la muerte –a su alcance como una experiencia sin sentido, aunque irrepetible– que un día celebramos como ‘balada de la aniquilación’, y le llegó como un acto poético más, suprema metáfora de su disponibilidad al riesgo.
La insistencia con que tratamos su fatal destino no deberá ser leída como ‘victimación’ del sujeto que escribe, si no es mediante la demonización de la escena contemporánea, en la que tuvo su lugar. ¡Bendito río si hubiera ido por otro cauce...! El agua de los nacientes se empuerca con los deshechos del progreso: la soledad humana no deja de triunfar. Ya no es agua, sino turbio zumo de poesía que encoge el ánimo; con la que hay que lavarse la cara, para que los versos operen su acostumbrado efecto regenerativo en lo que corre el riesgo de diluirse en la costa salada, cuando llegue el olvido. Acaso sea Carlos Ramos el último poeta cuyo destino estaba escrito en las estrellas, y a quien le fue ofrecida la prerrogativa cósmica de imaginarlo en vida...
¿Qué hubiera sido de Carlos Ramos en la literatura insular –y en la del idioma en general– de haber seguido entre nosotros? ¡Quién sabe...! Mas, de algo podemos estar seguros: es harto difícil imaginarlo triunfante en oportunidades de publicar su obra en este desierto de páginas en blanco que es el nuestro actual. Sin editoras independientes de los poderes públicos, sin revistas, ni separatas periodísticas competentes. En un páramo donde tan sólo los premios institucionales de poesía, los festivales poéticos alimenticios, la sonora ausencia de la poesía misma nimban el cielo canario de nubarrones crepusculares para el desarrollo y la expansión de inteligencia sensitiva, para la subversión de la realidad que exigimos los poetas... No podemos imaginarlo tomando figura de laureado ganador, buscándose la vida como famoso y selecto poeta autopromocionado. Semejante ‘número’ le hubiese asqueado, no siendo la impudicia su defecto. Carlos sería entonces un poeta más, sesentón, editorialmente insatisfecho, como quedan tantos, de rumbo secreto y deriva desesperanzada, por no ser leído y compartido. Eso sí: seguiría riéndose a lo grande, defendiendo apasionadamente su yo más limítrofe a la soledad de quien nada espera…
En cuanto a la edición que presentamos, larga ha sido la labor de recopilación, comparación de originales hológrafos y mecanografiados que dejó, así como la fijación de criterios de selección, corrección y puesta en sincronía de lo que estaba en nuestras manos. El ejercicio de la duda se estableció partiendo de la ausencia de fecha en varias agrupaciones de poemas, no grapados ni numerados, por lo que hemos optado por establecer un mínimo ajuste entre la diacronía de las versiones que él había distribuido entre sus amigos y, aun con cierta resistencia, normalizar debidamente la sincronía de los textos fechados entre 1976 y 1979 y algún otro material fechado anteriormente.
Respecto de la fijación textual que presentamos, quedan algunas incógnitas de difícil solución –al no contar ya con su palabra decisoria–. ¿Debió quedar el libro Meditaciones sistemáticamente inacentuado? Pues, tal como encontramos el poemario, acaso hubiésemos optado por ofrecerlo tal cual, si no dejásemos para el lector o lectora el beneficio de la hermenéutica, al que tiene perfecto derecho. Hemos aliviado convenientemente la caótica acentuación, removiendo lo fundamental en favor de su legibilidad; respetando los caprichosos neologismos que su Musa se inventaba, debatiendo la oportunidad o no de puntuación ante mayúsculas, lo que significó un riesgo de modificar su estilo. Pero la decisión metodológica más importante ha sido la de respetar la inclusión de idénticos poemas en más de un título, siguiendo en ello una disposición acordada por él, y que debía respetarse, entendiéndose en ello que no hay reiteración, sino voluntaria reubicación de contenidos.
Todo ello de modo tal que empezamos con dos recopilaciones encontradas con indicación de ‘primer libro de su vida’ y ‘segundo libro de su vida’. Son libros de compleja datación y variable contenido, según las fuentes consultadas, y de imprecisa autoría de dichas anotaciones, no sabiéndose con mucha certeza si son de su propia mano o de quienes recibieron su legado textual en vida, o lo recogieron de modo póstumo, rescatándolos del olvido. Decidimos entonces dar opción impresa a los textos más completos a partir de los titulados O la luz tiene las huellas en su frente; Poems for descargas; Dejad que los muertos entierren a sus muertos; El frío que no nos pertenece; Descripción de los Atletas; Poemas para un inmenso viaje; Meditaciones; 'Poemas con el paso cambiado'; almidón; Albahaca de paz; Desde la noche; Baladrón; High Falls o Sus ojos los siguieron arrastrados por el viento, que son los que podemos dar por recopilaciones decididas por el poeta con tales títulos y respectivos contenidos. Existen además varias recopilaciones tituladas Poemas, algunos de datación imposible, que hemos puesto en observación para distribuirlas entre los materiales ya citados. Decidimos dar opción impresa a los más completos, así como suprimir los títulos que aparecen de modo borroso en las recopilaciones. Acaso nunca se sepa cuál fue la auténtica secuencia de su obra, en tal sentido hemos hecho lo posible por restaurar una sincronicidad que nos parecía evidente en el estilo: desde los balbuceos intimistas de los primeros años setenta –siglo XX– hasta la complexión especulativa de los fechados entre 1977 a 1979. Queda, pues, abierta la opción para otras interpretaciones del cuerpo textual disponible ahora mismo, aunque debería bastarnos el hecho de que vean por fin la luz, al final del túnel por el que han pasado...
Del maridaje entre la semilla rebelde y alquimista de Rimbaud, y el aliento perturbado de la Pizarnik tan sólo podía salir un inocente irrepetible, cuyas espaldas no soportaron el peso de las cadenas de tanta ilusión desvanecida. Pero nos queda un ácido consuelo: Carlos vive en los versos que dejó. Para sentirlo así tan sólo hay que ir a recitarlo en voz alta junto a la marea, pisando el pedregullo, memoria fragmentada en las hierbas del suplicio. Y notar entonces que la brisa –quiero decir: su sonrisa, su risa al fin triunfante– nos lo devuelve entero, compartible, ya inmortal de necesidad...
ÁNGEL SÁNCHEZ
(Traducción de la cita: Bañada la nuca en el fresco berro azul, duerme… El durmiente del valle. Arthur Rimbaud)
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